jueves, 11 de febrero de 2016

Capítulo decimotercero (págs. 410-411)

"Donde ocurrió un prodigio antiguo tiene que ocurrir otro. Hermafrodito sería uno de ellos, si no el mayor que vieron los siglos. Un joven de rara belleza en absoluto casual, ya que nació de los afortunados amores de Hermes y Afrodita. Asombro del mundo, pasmo de las esferas, envidia del empíreo.

Cierto día, Hermafrodito paseaba su apostura por los caminos de Frigia y tuvo ganas de bañarse, mas no le estaba permitido hacerlo en lugar público, pues despertaba la admiración y acaso la locura de todo aquel que acertaba a contemplarlo. Y así, en la búsqueda del anonimato, descubrió entre los bosques la fuente de la ninfa Salmacis, fuente de aguas tan límpidas que nadie podía resistir el antojo de bañarse en ellas.

La ninfa titular era, al parecer, extremadamente sensible a los prodigios de la belleza, pues al ver desnudo al hijo de Afrodita y Hermes no pudo resistir la necesidad de unirse a él para toda la vida, y elevó una súplica a Zeus en este sentido, aunque no el único. Pues su amor fue creciendo de tal modo que quiso llevar su unión hasta el extremo: formar con Hermafrodito una unidad inseparable; ella en él y él en ella, ambos estrechados totalmente hasta fusionarse en uno. Es decir: en ese ser que carece de sexo porque los posee ambos, con todos sus atributos.

Pero aun en el terreno de los prodigios nunca anduvo sólo Hermafrodito. También dijo el filósofo que en los lejanos tiempos de la creación eran así todos los mortales: seres que poseían la naturaleza femenina y la masculina a la vez, rozando la rara perfección de lo completo, aunque no de lo indivisible. Pues los dioses, temerosos del poder que esta unidad concedía a la raza humana, la cortó en dos mitades, creando así el sexo femenino y el masculino.

Exactamente lo que Elena acababa de descubrir en Edipa Katastrós, cuyo pene era tan poderoso como sus pechos, y éstos tan seductores como sus músculos."

Terenci Moix, Mujercísimas.

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