martes, 16 de febrero de 2016

Capítulo decimocuarto (págs. 441-442)

"Atraída por el jolgorio, Margot Sepúlveda se levantó del rincón de proa donde había estado tomando el sol y fue hacia el improvisado teatrito. Cuál no sería su asombro al ver a su amiga representando el patético papel de un bufón medieval, trasladado en el tiempo y el espacio.

-¡Sácame de aquí! -gritaba Emilia-. ¡Sácame, que esto no lo había previsto Raffaella!

Margot no tuvo vacilación. Fue directamente hacia Olivia Sotomayor y la zarandeó con brutalidad hasta que el cuello de Emilia quedó libre de sus manazas. Acto seguido, la empujó con tan mala fortuna que arrastró en su caída a la marquesa del Pozo del tío Raimundo.

-¡Grosera, más que grosera! -gritó la princesa, enfrentándose a Margot-. ¿Quién le ha dado a usted vela en este entierro?

-El entierro lo montaba yo con todas ustedes, cretinas de mierda. ¿Quiénes se han creído que son? Pues yo se lo diré: piojos resucitados las unas... y usted, princesa, un putarrón. Y esto es lo que hay, y más habrá si me provocan.

-¡Cuidado, guapa, que está hablando con señoras de toda la vida!

-Otro empujón así y yo seré señora de toda la muerte... -gemía la marquesa, en brazos de Miranda y otras socorristas.

Pero nadie pudo socorrer a la princesa Von Petarden de la furia de Margot que, entre otras cosas sirvió para sacar a la dama sus aspectos más barriobajeros.

Lo que salió de aquellos labios no es para ser contado. Si lo fuese, ¡qué no hubieran sacado en exclusivas las chicas de los medios de comunicación! Cuando menos, un curso de expresiones malsonantes en tres idiomas. Pero ninguna reportera lo recogía porque a todas continuaba interesándoles más una Von Petarden refinada que una pelandusca. En cuanto a los gritos de Margot: ¿a quién podría importarle? Sus imprecaciones no serían noticia, porque ella misma nunca lo sería. Y como no tenía la menor necesidad de serlo, se enfrentó a las señoronas, con gesto firme y decidido:

-Vamos a zanjar la cuestión de una zorra vez: son ustedes una panda de bordes. La mejor de todas, colgada...-Y observando a Emilia, con fingida serenidad, añadió-: ¡Y ahora no me digas que no sé comportarme, porque te doy una zurra!

Evidentemente, no era el caso, pues Emilia de Ruiz-Ruiz seguía llorando sin cesar."

Terenci Moix, Mujercísimas.

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